domingo, 28 de abril de 2013

Marabunta

Antes de que rugiera la marabunta la selva se llenaba de un silencio aterrador. Ningún ser vivo pronunciaba un solo ruido, ni siquiera el viento al pasar. Ocho horas paso todos los días en un lugar, que se vuelve poco a poco, igual de turbador. Piensen en una fábrica llena de silencios. Silencios cada día más largos y profundos, solo rotos por el ruido mecánico de las máquinas o las herramientas. A lo lejos se escuchan susurros de alguien que no se siente cómodo. Aún suena eco de algunas voces que ya no están aquí, que con el invierno se fueron. Voces que añoro y que daban normalidad a este tétrico lugar. Es verdad, aquellas voces no fueran nada más que eso: un montón de palabras y ruidos que me acompañaban. Se oían sin otro particular. Quizás, ni se alzaban para protestar ní luchar. Quizás... Pero me ayudaban a vivir y encajar mejor todo esto. Ahora, cuando todos los ruidos se apagan y yo sigo allí, en medio del oasis sonoro, se me encoge el alma y por ganas me pondría a tiritar. No se si por miedo o por el frío que hiela y encoge todos mis huesos. Me pellizco un brazo y me doy perfecta cuenta que no es un mal sueño. Es la otra orilla hacia donde no quise navegar nunca. Es aquel lugar donde yo soy una pequeña isla lejana y aislada. Es un mar inmenso de espeluznante paz....

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