domingo, 2 de septiembre de 2012

Pececillo

Ramón era un longevo pez rojo que habitaba una pecera redonda en el rincón de cualquier casa. No sabemos mucho del dueño de la mascota solamente que periódicamente le alimentaba y le asistía en las labores de limpieza e higiene. Ramón, llevaba tantos días allí dentro  que ni se acordaba de como había llegado. No recordaba de que pueblo era, si tenía hermanos o donde vivan sus parientes más cercanos. Se le olvidó, cosas de la memoria de los peces.
Comía puntualmente siempre a la misma hora. Descansaba siempre a la misma hora. Y siempre a la misma hora expulsaba por la puerta trasera el alimento procesado. La verdad, que la vida de Ramón era una vida sencilla, cómoda y muy tranquila. Sin sobresaltos.
Se volvía loco de contento todas las mañanas con la llegada del primer rayo de luz. Los días de mucho sol y en un determinado momento la luz caía sobre el y proyectaba el reflejo de la pecera y los movimientos de Ramón sobre la pared de la habitación. Otros días de menos luz y color se proyectaba, sobre la pared, pero solo la sombra de su movimiento.
A parte de nadar, nadar y nadar no tenía Ramón en su vida mucho más que hacer. Con el paso de los días en determinados momentos Ramón se daba cuenta de que se estaba aburriendo y a continuación se le olvidaba, cosas de la memoria de los peces. La vida de un pez no está diseñada para pensar. Un pez en una pecera no sabemos si realmente se da cuenta de que no tiene libertad. El tiempo, a veces, puede con la fuerza de la costumbre y nos ayuda a encaminarnos hacia lo que deseamos, pero, que en un principio somos incapaces de ver.
Una mañana la vida de Ramón cambió para siempre. Una mañana un pequeño gato gris y travieso llego a la casa donde estaba la pecera del viejo Ramón. Desde esa misma mañana se acabó la tranquilidad para Ramón.  Zarpas  en el agua, embestidas constantes y el inquieto gatito que no cesaba de mirarle y observarle minuto a minuto. Desde aquella mañana a Ramón se le olvidó para siempre si había tenido una vida plácida y tranquila.
Mañana, la luz entrará por esa ventana y habremos perdido el vivaracho reflejo de Ramón corriendo sobre la pared. Mañana, quizás, el viejo pez decida escapar de su cómoda morada por culpa del acoso continuo de aquel simpático pero terrible gatito gris. Quizás, mañana, se entregue sumiso a que le atrapen esas inquietas y voraces zarpas. Mañana, por que se le antojó a otro o le resultó divertido, abandonará su cálido hogar y acabará siendo un  último y único  trofeo de caza. Puto gato, que acabo con la bonita historia. Puto, el final de Ramón
Seguro que Ramón después de todo ya no lo recuerda, cosa de la memoria de los peces....


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